La
profesora anunció que pese a todos los esfuerzos humanos, tenía que
acostumbrarme a escribir en una silla para derechos. Eso no hubiera estado mal
si fuera del tamaño de todos y si escribiera con la derecha, pero era una tortura
escolar el vivir así día a día, sentada en una silla en la cual me sentía
incómoda.
Ese
día llegué muy triste y le conté a mi mamá que en Colegio la profesora
Miguelina había dicho que tenía que soportar las incómodas sillas, era mitad de
curso y nos estábamos despidiendo de los mesa bancos, yo los echaba de menos,
pero ahora cada quién tenía una silla especial, traída de saber dónde con el
feo logotipo del gobierno, eran horribles ¿Por qué nos quitaron nuestros bancos
azules preferidos?
Nadie
se atrevía a brincar con un cuaderno en esas sillas, las aventuras se habían
acabado, el sentirnos piratas dentro del mar azul o los power rangers era algo
que no podíamos volver a hacer. Larissa ya no podría perseguir a Charly de
banco en banco, porque ahora las paletas de dichas sillas estorbarían, ya no
volvería ver a hundirse a nadie entre esos pedazos de madera que marcaron
nuestra infancia divertida, por eso yo no quería crecer. Además no habría espacio para dejar tus
libretas bajo el pupitre azul, y lo peor de todo era que ya no compartiría el
asiento con mi mejor amiga.
Un
día papá cortó un árbol, ese árbol era hermoso y pese a que lo odiaba porque no
daba sombra, era importante para la nutrición del suelo –eso me había dicho la
profesora Miguelina- papá había decidido hacerme un maravilloso regalo, algo
que nunca imaginé.
Sin
saberlo papá trabajó en la elaboración de una silla para su hija, la “zurda” y
tras muchos días de luchas con su primo el carpintero, logró realizar una
hermosa obra, y decidió terminarla con un acabado en barniz color chocolate.
Sabía que ese sería el regalo perfecto para su niña, porque en vacaciones lo
tendría para hacer los dibujos que tanto le fascinaban hacer y recibir más de
un regalo para llevarlo en su cartera a todos lados, si algo le encantaba a él
era ver a esa chiquilla sonreír porque le aplaudían el arte de sus dibujos.
Pero todo eso yo ni siquiera lo imaginaba.
El
día de mi cumpleaños era próximo y un día sin que su pequeña “zurda” lo
esperara, llegó a mi escuela con una hermosa silla pintada de barniz café
claro, me recordaba al chocolate y era hecha especialmente para mí, con la
tablita para escribir de lado izquierdo, ya no tenía que doblarme y estaba a mi
altura. Le di un beso a mi papá y entré a lado de él con esa silla que vería
tantos triunfos a lo largo de mi paso en la primaria.
Pronto
en el Colegio empezaron a tomar en cuenta a los chicos que escribíamos con la
izquierda y se proporcionó ese inmobiliario, pero yo pese a todas las
intervenciones de mis profesores para mantener un mobiliario uniforme, me negué
a abandonar esa silla que se había convertido en testigo de todas mis hazañas,
ahí realicé el examen para el concurso estatal de conocimientos, ahí hice mis
mejores dibujos, ahí presenté cada una de mis pruebas bimestrales para aprobar
el año, ahí escribía en las páginas de mi libretas historias y cuentos que
nacían en mi mente, y ahí también escribía esos papelitos que tan comúnmente
eran mandado entre los alumnos para que el profesor no te llamara la atención.
En esa silla me proclamé la jefa de grupo de mi primer año de secundaria y di
un discurso sin sentido que terminó acabando en risas y ese mismo año me tuve
que despedir de ella porque Charly quebró la paleta.
La
silla sin paleta dejó de tener sentido en cuánto perdió la magia y el tamaño,
tenía unas piernas muy largas que por mucho que quería ya no alcanzaban a
sentirse cómodas en ese lugar, y quizá fue bueno que Charly la rompiera, así me
despedía de ella y de tantas cosas que viví en ese asiento. La silla sin paleta
está en casa de mi abuelita, sigue siendo café chocolate y cada vez que la veo
no puedo parar de sonreír.
Gracias
papá, por la silla para tu niña, la niña “zurda”.
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